09/01/08 19:41-Casa.
Reflexiones
Montaña rusa
A lo mejor a más de uno no le parece «adecuado» lo que voy a hacer hoy, pero necesito de alguna manera desahogarme y como esto de bloguear se trata de contar lo que a cada uno le da la gana, pues si tenéis un ratillo, ahí va. El que no lo entienda, que me perdone, pero el dolor es libre y cada uno lo siente y lo asume a su manera.
Estoy montado en una montaña rusa. Una montaña rusa de sensaciones, sentimientos y percepciones contradictorias y raras de la que voy queriendo bajarme ya y seguir con mi aburrida vida cotidiana.
Como os comenté, nos marchábamos a Castril a pasar el fin de año en buena compañía. Como era de esperar, el viaje fue tranquilo y quitando que Sara nos vomitó en el coche (demasiadas curvas) no tuvo mayor problema. En el Camping recogimos a Cristóbal para ascender el Empanadas por el Barranco de Túnez. Todo transcurría de manera relajada, alegre y despreocupada hasta que a algo menos de una hora de hacer cima, unos 200 metros por debajo de la cota de la cima, y tras cuatro horas de excursión y fotos, Belén se giró de repente hacia mí con la cara desencajada gritando ¡Pedro, la perra!
En cuanto llegué a su altura, comprobé horrorizado el por qué de la expresión de Belén. La perra se acababa de resbalar y había caido en una sima de la que apenas se veía el fondo. Cristóbal se llevaba las manos a la cabeza, yo me desgañitaba llamándola y el pobre animal no respondía. Os podéis imaginar la escena. Llantos, rabia, impotencia…. Después de unos diez minuto, la perra lloriqueaba ligeramente, no sabiendo exactamente en qué estado se podía encontrar el pobre animal.
Decidimos bajar al camping y buscar una manera de solucionar la papeleta porque a todas luces era impensable bajar (imposible por supuesto, sacarl) al no llevar ningún tipo de material de escalada o espeleología. Os podéis imaginar todo lo que se te pasa por la cabeza durante aproximadamente tres horas de bajadas y subidas. El pobre Crisóbal nos ayudó mucho en la bajada, prestando la atención que nosostros no podíamos prestar en las zonas más escarpadas.
Una vez en el camping, comprobamos que ninguno de los numerosos espeleólogos que habían venido de distintas partes de la Comunidad Valenciana había traido equipo (de botellas y comida sí que iban bien provistos). Gracias al tesón de Belén y la colaboración de Paco, el muchacho del Camping El Cortijillo, que habló con el alcalde de Castril y varios amigos de Castril y Fátima. De aquí, de allá conseguimos el equipo necesario: cuerdas, mosquetones, arnés, tornillos, chapas, descensor….
Ya teníamos todo: material y especialista. Salva (presidente del Club, instructor de espeleología) y su mujer Geli (también curtida en esta especialidad deportiva) nos acompañarían a la mañana siquiente para sacar la perra de aquel profundo agujero.
Dura noche para darle vueltas a la cabeza. Todo recogido y preparado en el coche por si el animal salía mal parado y teníamos que salir pitando para buscar un veterinario que le pudiese atender.
A la mañana siguiente partimos con la esperanza de que el animal hubiese resistido la caida que se anunciaba cercana a los 35 metros ya que el frio nocturno apenas entra en la oquedad y la aislaría térmicamente de las temperaturas bajo cero de la noche.
Subiendo con esperanzas, no fue hasta la Cabaña del Maestrillo cuando empezamos a notar la opresión en el pecho y el nudo en la garganta. Tras subir el importante desnivel ladera arriba y tardar casi un cuarto de hora en localizar la abertura (gracias, bendito GPS) nos pusimos a llamar a la perra sin que se escuchase ruido alguno.
Otra vez ese sentimiento de desasosiego que sólo entiende aquel que ha tenido un animal de compañía alguna vez. Le dijimos a Salva mientras que montaba todo que si el pobre animal se encontraba muerto, que no lo sacase porque al fín y al cabo, el animal donde mejor se lo pasaba era en el monte. Bajó y empezó a llamarla y nosotros con el corazón en un puño. De repente, unas palabras que recordaremos siempre: ¡está viva…. y se mueve! Seguida de un ¡si está andando sola!
La explosión de alegría fue indescriptible y cuando la izamos con la cuerda y la pudimos abrazar no cabíamos en nosotros de alegría. Poco después subió Salva, que fue abrazado repetidas veces mientras Geli miraba con los ojos vidriosos. El hecho de que la caida vertical fuese «sólo» de algo más de 20 metros y que el suelo no fuese horizontal, sino que tuviese cierta inclinación, salvó a Sara de una muerte segura o unas lesiones lo suficientemente graves como para tener que plantearnos su sacrificio.
No se ha hecho nada excepto una costra en el párpado izquierdo debida posiblemente al roce en la caida con alguna de las paredes. Cuando la llevé el día 2 a la veterinaria, no se lo podía creer e incluso no me quiso cobrar por la revisión que le hizo al animal.
Bajada hasta la zona donde dejamos los coches de unas tres horas, las cuales se chupó la perra por su propio pie y para el camping. La llegada, emotiva. Felicitaciones, abrazos, lágrimas de emoción…
Critóbal, eres grande.
Y de nuevo en la montaña rusa. Siestecita para reponer y a disfrazarse para la cena y las uvas. Risas, copas, brindis y una buena cena para despedir el año en excelente compañía.
A la mañana siguiente, recogemos tienda, paseitos, ayudamos a recoger todo el tinglado y a comer. Terminando de comer, recibo una llamada al teléfono del camping dándome un aviso: a mi padre le había dado un «achuchón». Grande, pequeño….. Recogiendo y de vuelta a ver qué sucedía.
Al llegar a Cartagena me entero de que mi padre no ha llegado a despertar al Año Nuevo y que fruto de un derrame cerebral (el segundo tras un primero que hace ocho años le dejó hemipléjico) ha entrado en coma y permanece inconsciente y con respiración asistida en Cuidados Intensivos en el Hospital Naval. La cosa pinta mal pero prefiero no comentarlo con mi madre y mis hermanas.
Ya el día 2 nos dijo la doctora que no había reflejo pupilar y yo ya supe que no había marcha atrás. Sin embargo, mi madre todavía albergaba ciertas esperanzas de mejoría que preferí no romper. A mi hermana mayor (realmente la de enmedio de los tres) ya le comenté lo que había a partir de ese momento para que se fuese preparando para el inminente golpe.
El día 3 ya nos dijeron que no había posibilidad alguna de recuperación y que el cerebro de mi padre había parado de funcionar y que únicamente las máquinas lo mantenían con vida. Además, empezaba a empeorar sus sistemas funcionales, siendo los riñones los primeros en dar muestras de desgaste. Cuestión de días como mucho.
Lo que no nos esperábamos era que símplemente fuera cuestión de horas. Sobre las 15 horas nos llamaron para avisarnos de que los médicos querían hablar con nosotros. Qué eufemismo.
Después de despedirnos por última vez de nuestro padre, empieza la vorágine de papeles, idas, venidas, llamadas…. Curiosamente, las sensaciones negativas que tuvimos tres días antes con la perra y el estado de ánimo que sufrimos, me dejó emocionalmente «bloqueado» y no expresé exteriormente el dolor como se supone que lo tenía que haber expresado. Puntualmente tuve mis momentos, pero afortunadamente alguien tiene que tener la cabeza fria y me tocó a mí por mi especial estado de ánimo.
La tarde, noche y siguiente mañana en el tanatorio fueron tremendamente intensas. Amigos todos, porque los conocidos que se acercan para acompañarte en estos momentos delicados se convierten aunque sólo sea por un buen rato en amigos. Los amigos de toda la vida, los compañeros de profesión (qué honor trabajar y compartir tantas horas a lo largo del año con todos vosotros), vecinos…. Las redes sociales que hemos ido creando a lo largo de los años funcionaron perfectamente en estos duros momentos. Sería imposible hacer una lista con todos vuestros nombres.
Mi madre Manoli, mis hermanas Maloles y Cristina, yo y por supuesto mi padre Pedro os agradecemos desde lo más profundo de nuestro corazón las innumerables muestras de cariño que nos habéis brindado durante estos duros días.
Montaña rusa.
Pero afortunadamente, el último trago sería dulce para compensar esta subida y bajada de emociones.
Ayer, día 8 a eso de las 18:30 vió la luz mi sobrina Claudia después de darle unas cuantas horas de guerra a mi hermana Cristina. Todos bien. Cristina, Claudia y Paco.
Paco es el compañero de mi hermana pequeña y orgulloso padre de Claudia. Es un murcianico maravilloso (sí, existen 😀 ) con un don especial para la producción de textos en panocho y en estos años de convivencia con mi hermana y especialmente en estos duros días ha sido como un hermano mayor y como un hijo para mi madre. Desgraciadamente mi padre no ha podido darse el gustazo de ver a su nieta, pero sí ha podido ejercer intensamente de «abuelo expectante».
Dondequiera que esté, seguro que con algún tipo de conexión remota inalámbrica encriptada de alta velocidad puede leer esto, viéndonos, y sonreir satisfecho de lo bonita que es su nieta y lo mucho que la vamos a malcriar 😉
Así que así vamos……
Como estoy diciendo a cada con los que hablo «hay que mirar al horizonte y no a la punta de los zapatos».