Estoy hasta los mismísimos h*evos.
No estoy dispuesto a tragar con este tema.
Todos se tiran de los pelos cuando salta un caso de dopping en el ciclismo. Se llenan columnas en la prensa deportiva, es noticia de portada en los informativos, hacemos escarnio (justificado) del hecho y abrimos debates sobre la necesidad de un control tan férreo sobre unos deportistas de verdad que rozan lo sobrehumano (no como los «deportistas» de otros «deportes») que raya en la intromisión en los derechos más fundamentales de cualquier persona.
Se les trata como a presuntos culpables en vez de presuntos inocentes. Se les sangra a las 5 de la mañana cuando tienen que hacerse al día siguiente 200 kilómetros subidos a un sillin de cuero durante más de cinco horas. Se pone en duda su entrenamiento y los medicamentos indispensables para recuperarse de tan hercúleos días. Se les somete a registros dignos de cualquier narcotraficante.
Y luego salta un caso positivo (de los escasos controles a los que son sometidos otros «deportistas») y se les defiende a ultranza: el club, los medios afines y los aficionados en general.
Los que han ido a aplaudir a Gurpegui al entrenamiento ayer, las declaraciones hechas en los medios públicos y el seguimiento de la situación como si del regreso de un héroe se tratase por los medios de comunicación me dan auténtica repugnancia.
Porque esos aficionados, esos medios de comunicación y la sociedad en general pone verde a cualquier ciclista que haya dado positivo o símplemente dé lugar a sospechas sobre este tema y exige su crucifixión y público despelleje así como que se le aparte de la práctica deportiva de por vida y de la relación con cualquier menor por si le enseña a chutarse (por si acaso).
Y el domingo cuando salte al césped para jugar contra el Real Madrid recibirá una ovación aplaudida por todos los medios.
Pero él no es un ciclista.
No puedo con estas tontadas. Lo siento.