28/07/09-19:07 Casa
Educación
Diario de un ex-opositor (5).
Hoy comenzamos la tanda de anécdotas. Y lo vamos a hacer cronológicamente.
Porque quitando la mayoría, todavía hay mucha gente que ni sabe a lo que va.
Estamos en la presentación, acto en el que los opositores han de entregar dos copias en papel de las programaciones en persona, sin poder recurrir a poderes notariales, abogados, representantes legales o demás historietas.
Y que cada uno decida dónde se presenta.
Bueno, después de inundar el Instituto Cañada de las Eras (por cierto, un gran abrazo a todos los bedeles que se desvivieron por nosotros en todo momento y al equipo directivo que nos lo hizo todo fácil, no como en otros institutos de la misma localidad) con carteles indicadores de la situación de cada uno de los tribunales y haberme preparado personalmente un cartel para la puerta indicando el primer y el último opositor que teníamos en lista, nos llega un chaval rozando la definición de «única convocatoria» mientras estamos empezando a pasar lista.
Tras preguntarle que si estaba en el tribunal 11 y que estaba comprendido entre los apellidos de la puerta, le digo que pase, que se siente y que en cuanto terminemos de pasar lista, le compruebo la identidad y lo apunto como asistente.
Terminado de pasar lista, le pregunto el nombre porque con la pregunta que le hice cuando entró en la biblioteca dí por hecho que una persona que aspira a convertirse en maestro de primaria sabe previamente en qué tribunal ha de presentarse y sabe situarse en una lista de apellidos por orden alfabético.
Pues no. Me dice el apellido y me pongo a buscarlo lista arriba, lista abajo pensando en que el incompetente soy yo porque no lo encuentro. Efectivamente, ni ese era su tribunal, ni sabía cómo funciona el proceloso mundo de la ordenación alfabética. Menuda generación LOGSE.
Bueno, dudando entre la risa nerviosa o el llanto desconsolado le remito al tribunal que calculé que le correspondía esperando que el pobre chaval andase más «espabilao» allí donde le mandaba.
La perplejidad fue mayúscula cuando le pregunto al presidente del tribunal de destino de la criatura, cómo había terminado el asunto en cuestión. Pobretico mío, tampoco se había leído la convovatoria, porque eso que pone en la base 7.3.2 (con respecto a la obligación de presentar la programación didáctica) de que «los aspirantes que, en el citado acto de presentación, no hagan personalmente la entrega efectiva, al tribunal correspondiente, de los dos ejemplares de su programación didáctica o programa de intervención, en soporte papel, decaerán en su derecho de participar en el proceso selectivo» es algo tan tremendamente ambíguo y sujeto a interpretación personal (modo irónico ON), que es lógico que la gente se haga la picha cabeza un lío.
Bueno, pues esta alma cándida se había presentado con una copia en papel y la otra en un Pen-drive USB. Pero lo mejor es que pretendía que los miembros del tribunal la pinchasen en sus ordenadores para imprimirle una copia y así darlo por bueno.
Ya lo he comentado en más de una ocasión a los padres de los alumnos que terminaban primaria y se planteaban llevarlos a cursar ESO a un centro privado, buscando lo mejor para sus hijos pues piensan que la escuela pública es para «segundones» (sí, todavía hay gente que opina así). Cualquiera de estos mandangas puede perpetrar clase en uno de estos centros de manera impune. A pesar de que afortunadamente la mayoría de los compañeros de los centros privados y concertados sean excelentes profesionales.
Javier, no te enfades, que te veo venir.
Mañana unas cuantas del examen escrito, parte A.